La Historia. Disciplina abordada por estudiosos no siempre libres ni independientes. Consiste en el transferir a las generaciones futuras el registro de hechos sucedidos en el presente, cuidando de hacerlo una vez que la mayor parte de los protagonistas interesados hayan desaparecido. Resulta natural que aparezcan distintas versiones que narren los mismos eventos y toca al lector, también más o menos informado, elegir la que le resulte más coincidente con su opinión. No son muy numerosos los hechos no opinables. En el paroxismo de nuestra presunción llegamos a pedir que ella sea Maestra, pretendiendo de ese modo no incurrir en errores ya cometidos, si olvidamos nuestra fragilidad en el campo decisional. (Libre albedrio)
En esta circunstancia nos interesa considerar a la humanidad actual como la última llamada a pisar el suelo de este planeta. Ella no conoce su origen ni el objeto de su existencia. Se encuentra obligada a crear referencias que la anclen a la realidad ─ concepto también relativo ─, sin otras bases que no sean absolutamente especulativas. Nuestro cometido final consiste en ampliar el campo de nuestra ignorancia personal y social, el cual crece con nuestro saber.
En este ensayo hemos tratado de basarnos en hechos confirmados por hallazgos arqueológicos y en tesis aceptadas por la ciencia. Muchas escuelas antropológicas basadas sobre antiguas escrituras, aún de raíz religiosas, nos han servido también de referencia.
Hace aproximadamente ciento cincuenta millones de años desapareció, según la hipótesis más aceptada, por un accidente cósmico, una especie de seres muy desarrollados. Los saurios. Se postula que un enorme meteorito chocó contra la superficie de nuestro planeta, desarrollando una inmensa cantidad de energía capaz de liberar inmensas masas de polvo y detritos, las cuales habrían impedido que la radiación solar calentara nuestro suelo. Desaparecieron los vegetales y consecuentemente la vida terrestre y aérea. Entre los seres vivientes, dicha especie se compara con nuestros actuales mamíferos. Ellos eran ovíparos y entre sus subclases las había terrestres, acuáticas y voladoras. No sabemos si alguno de ellos haya poseído inteligencia como la entendemos nosotros, dado que no existen hallazgos que lo justifiquen, si bien se desarrollaron durante más de doscientos millones de años. Al igual que nosotros, ellos poblaron enteramente el planeta y desaparecieron penosamente. La catástrofe que los exterminó tuvo que ver con la atmósfera, y la temperatura llevó al planeta hacia la glaciación, no porque lo hubiesen promovido o a causa de alguna actividad propia. Debido a ese cambio climático, sobrevivieron algunas subclases tales como insectos, peces, ranas, cocodrilos, tortugas y aves.
A lo largo de los millones de años que siguieron, aparecieron y desaparecieron otras civilizaciones de humanos ─ o presumiblemente tales ─ debido a cataclismos geológicos o cósmicos. Lo sabemos por los hallazgos encontrados, por las citas grabadas en múltiples sitios arqueológicos y por las “escrituras” en poder a las viejas civilizaciones como los Mayas y los Aztecas en América y los Chinos y Laosianos en Asia, conjuntamente a las innumerables tablas asirias, sin hablar de los textos de la India, como el sanscrito Sutradara cuando describe los vimanas. Las distintas civilizaciones se mantuvieron por miles de años antes de sucumbir. Por los hallazgos y constataciones en ningún caso hubo transferencia de conocimientos o herencia entre esas civilizaciones. En otras palabras, su historia no es nuestra prehistoria. Por lo tanto, después de cada desaparición el hombre tuvo que volver a reaparecer ex novo (de nuevo).
Se hubiera podido esperar una cantidad más elevada de rastros del pasado. Su ausencia indica la naturaleza catastrófica de su desaparición. Cabe mencionar que debido a ello, tampoco se encuentran despojos de herramientas o maquinarias, lo que nos hubiera permitido comprender los métodos por ellos empleados para construir sus colosales monumentos. Esta ausencia ha dado lugar al nacimiento de innumerables teorías descabelladas, a menudo aceptadas por la comunidad científica. Penoso. No encontramos algo escrito por alguien que se haya hecho la pregunta sobre la génesis de dichas civilizaciones. ¿Provenían ellas, como la nuestra, de un largo recorrido de desarrollos biológicos marcados por la adaptación al hábitat y mutaciones del proprio ADN? ¿O se trató de visitantes extraterrestres? Daríamos la mitad de nuestro reino por saberlo porque, en el primer caso, se vería validada nuestra tesis sobre la existencia, impresa en la estructura de la materia, de las informaciones necesarias para dar origen a la vida y a su subsiguiente desarrollo, hasta alcanzar la posible pero no segura llegada de los homínidos. Esta posición alcanza también a las eventuales civilizaciones extraterrestres, y precede a cualquier consideración sobre la aparición del hombre. Ella se refiere a la vida.
Volviendo hacia aquellos que nos precedieron, cabe mencionar que ellos no poseían nuestro desarrollo tecnológico, pero sí los conocimientos empíricos que les permitieron interactuar con la materia, logrando dominarla para hacerla maleable y así manejable. Véanse los colosales monumentos megalíticos y los desplazamientos de bloques cuyo peso supera ampliamente las mil toneladas. Conocimientos empíricos y no científicos, dado que no dejaron rastros de otras aplicaciones de ese saber.
Después llegamos nosotros y aquí estamos.
Las Biblias nos hablan de nuestra génesis y de la posible conexión con alguna civilización anterior. Según ellas, hasta los mismos Sumerios serian anteriores al Homo Sapiens. De este último conviene recordar que, gracias a las determinaciones hechas con C14, las pinturas que se encuentran en la Gruta de Altamira en España exhiben pinturas de bellos bisontes y admirables escenas de caza, realizadas hace menos de veinte mil años.
Queda aún la hipótesis según la cual el hombre habría sido creado ¿construido? por civilizaciones anteriores, ex novo, o a partir de algún homínido existente. En ambas sagradas escrituras ─ la Sumeria y la hebrea ─ habrían sido los dioses celestes (el color es porque provenían y dominaban los cielos) quienes nos concibieron. Los Anunnaki en Babilonia o los Elohim en el Edén. Dichos dioses viajaban en máquinas volantes ruidosas y que escupían fuego. Las mismas fuentes citan estaciones aptas para recibir astronaves. Ellos nos habrían creado ya sea para hacernos trabajar en sus minas de oro, según los Babilonios o bien para hacernos trabajar las tierras del paraíso terrestre según los hebreos. Cualquiera sea la elegida, no tendríamos un glamoroso pasado del cual vanagloriarnos exageradamente. Para el lector que quisiera profundizar sobre este tema y sobre muchos otros presentados en esta nota, le aconsejamos consultar la última edición del texto “Riflessioni esistenziali e altre considerazioni”. Armando Broggi. Gedi Editori. Milano. 2023, y la vasta bibliografía específica en él presentada.
Hoy en día hemos superado la era postnuclear y hemos entrado en aquella de la Inteligencia Artificial, plena a su vez de incógnitas y promesas. Desarrollo inaudito y nunca bien aclarado ni científicamente explicado, considerando lo breve del tiempo transcurrido desde nuestra aparición sobre el planeta. Aquí se habla de miles de años y no de centenares de millones como en los tiempos de los saurios. Cuanto dicho nos lleva a preguntarnos una vez más sobre quiénes somos, de donde provenimos y cuál es el objeto de nuestra existencia (ver referencia del párrafo precedente). Con este propósito, hemos indagado sobre una tribu de indios del Amazonas, prácticamente aislada. Su estado de equilibrio era tal que, si no hubiesen, ¿providencialmente?, llegado los europeos, ellos hubieran podido continuar su existencia impertérritos por tiempos indefinidos y tal vez por algunas decenas de millares de años. Esta población entraría sin dudas en la prehistoria del Sapiens, al menos de modo indirecto, proviniendo de algún antepasado común.
A diferencia de aquellas civilizaciones que nos han precedido y que desaparecieron por razones ajenas a su voluntad ─ masivas erupciones de lava magmática, terremotos, cataclismos cósmicos, diluvios, etc. ─ nuestro nivel tecnológico nos ha permitido alterar, en sentido negativo, el clima del planeta. Dicha alteración podría provocar cambios imprevistos. Entre otros la variación de la posición del eje terrestre y una modificación de nuestra órbita alrededor del Sol. Creando de este modo inicialmente, pero ineludiblemente, las condiciones necesarias para nuestra posible autodestrucción. En contraposición a los negacionistas que tratan de atribuir esta situación a algo atávico inherente al comportamiento cíclico del planeta. Juicio grave, acientífico y engañoso. Notable.
¿Existe alguna razón o privilegio, debido a nuestra proverbial inteligencia, que nos permita pensar que podemos superar esta catástrofe? A la luz de la situación actual diríamos con razonable certeza que no. Todos los esfuerzos y propuestas de los foros internacionales han sido desatendidas. Con el resultado de haber deteriorado nuestro hábitat hasta el punto de no regreso y, en un futuro próximo, el fin de las fuentes primarias del planeta: el agua potable en primer lugar y de otros recursos naturales estratégicos después.
Una idea de la gravedad de la situación nos la da el Parlamento Europeo. Dicha entidad ha propuesto a la Comisión el Green Deal para el territorio de la UE, según el cual las emisiones de CO2 se tendrán que reducir del 50% para el año 2030 y desaparecer completamente para el año 2035. Principalmente están involucradas las industrias y las centrales eléctricas, pero les sigue el transporte tout-court, sea terrestre, aéreo y naval. Indirectamente se trata de un estímulo hacia el empleo de los medios de transporte eléctricos o que empleen hidrógeno como combustible. Claramente, se abre la discusión sobre las futuras centrales eléctricas que se tendrán que asumir la responsabilidad de producir la ingente cantidad de electricidad solicitada por el futuro sistema energético. Ellas no podrán ser que hidroeléctricas o nucleares. Se imponen importantes decisiones políticas.
Tendríamos que actuar como titanes en lugar que como holgazanes, bloqueando aquellas actividades que son el origen de esta posible catástrofe. Recalentamiento del planeta debido al efecto sierra provocado por la colosal producción de CO2, proveniente a su vez de la combustión de los combustibles fósiles, presente en todas nuestras actividades productivas y sociales. Esta caparazón químico-física aísla la atmosfera, impidiendo el natural enfriamiento del suelo del planeta. Situación opuesta a la que provocó la desaparición de los saurios, pero no por ello menos grave.
Esta alteración del equilibrio natural se manifiesta en modo diferente en los distintos continentes y áreas de la Tierra, en función de su ubicación geográfica y de la relativa relación con los océanos. Una primera consecuencia se manifiesta sobre la temperatura superficial de los mares. Su aumento implica, en primer lugar, una alteración de su fauna y de su flora, una elevación del nivel de las aguas sobre las costas y, paralelamente, un aumento de la evaporación de agua hacia la atmósfera. Y bien, dado que globalmente la cantidad de agua que ella está en grado de soportar permanece prácticamente constante, todo se traduce en un aumento de las lluvias. A su vez, éstas precipitan en zonas que obedecen a otros equilibrios y todo termina por comprometer las previsiones de los modelos meteorológicos. Las organizaciones responsables del estudio de tales cambios se encuentran en grave dificultad y están obligados a emitir sus resultados y previsiones para periodos cada vez más breves y con valores menos precisos. El movimiento anormal de las nubes a gran altura provoca a su vez sobrecalentamientos locales de las masas de aire que se traducen en torrenciales aguaceros, huracanes, etc. Todo lo dicho se transfiere al suelo, provocando colosales incendios de bosques y similares desastres de tipo aluvional en los sitios poblados.
Otra manifestación del desarreglo climático consiste en la desaparición de numerosas especies animales y vegetales. De ello se ocupan y preocupan los especialistas. Nosotros no estamos particularmente preocupados por ello, porque sabemos que en su lugar aparecerán nuevas especies que ocuparán el lugar que dejan libre aquellas que habrán desaparecido. Tendremos que adaptarnos, eso sí, a nuevas convivencias sabiendo que aparece una nueva advertencia a la supervivencia que tendrá que tomarse en cuenta para preservar la cadena alimentaria.
Todo esto derivado de la masiva combustión de productos fósiles como petróleo y carbón, y de cualquier otra substancia que contenga carbono en su composición, destinados a la producción de energía. Sin contar los dañinos óxidos de nitrógeno ─ cuando se emplea el oxígeno del aire como comburente ─ también ellos producidos del mismo modo, y de las micropartículas emitidas que terminan por agredir nuestro organismo. En una palabra, lo que llamamos polución.
No hay más tiempo para una tímida transición ecológica, basada sobre la comprensión, asimilación y aceptación de las masas. Serán necesarias medidas drásticas e imperativas, hasta impopulares llegado el caso.
En realidad, son numerosas las personas que dan crédito a los futuros sistemas energéticos limpios. Lo último que se pierde es la esperanza. Como participantes activos en el campo de la investigación sobre la producción de hidrógeno mediante el empleo del calor nuclear en procesos termoquímicos o de los nuevos conceptos de generación nuclear de fisión, no seremos ciertamente nosotros los que los contradigan. Nuestro temor consiste en el factor tiempo disponible. ¿Llegarán dichos sistemas alternativos a tiempo para evitar la catástrofe? No estamos verdaderamente seguros. La fase de implementación de tales sistemas es algo muy complejo y de aplicación no inmediata ni indiscutiblemente cierta. Aun así, siempre permanece válida, entre otras, la opción de la energía nuclear.
A fuer de ser vituperados por nuestros colegas de la Nuclear debemos reconocer que los costos de generación por esta vía son significativamente altos y casi indefendibles si se incluye los que se deben agregar por el desmantelamiento de las Centrales Nucleares y el almacenamiento de los residuos radiactivos de media y alta actividad. Los intentos de mejorar la seguridad con sistemas pasivos de refrigeración de emergencia y acortar los tiempos de construcción no han logrado, a pesar de los tres episodios de revival de esta fuente de energía en las últimas dos décadas, seducir a los planificadores energéticos de los países. Solo queda comprobar la viabilidad económica de los reactores de pequeña y mediana potencia (SMPR), la concreción de alguno de los conceptos de Generación IV y, por supuesto, la demostración a gran escala, aún lejana, de la fusión nuclear.
En este escenario aparecen las fuentes energéticas alternativas ya operativas, como la solar, la eólica y la geotérmica. Lamentablemente no suficientes para reemplazar, en su totalidad, nuestra necesidad energética actual. También es de destacar el uso intensivo de la generación hidroeléctrica en áreas continentales donde este recurso es abundante. Sin abundar en detalles debe considerarse que, también ella, está sujeta a los peligros hidrogeológicos y los cambios locales de las condiciones ambientales que produce.
El consumo creciente de energía primaria promovió la necesidad de ampliar el menú de las fuentes disponibles desde el final del siglo XIX. La madera primero, y el carbón y el petróleo después, han satisfecho desde hace muchas décadas, casi en soledad, ese consumo. La fuerza impulsora del crecimiento del consumo de energía se tradujo por una mejoría de la calidad de vida del ser humano y por el aumento progresivo de su longevidad como resultado de un mejor confort. Esto basado en la alimentación, los métodos avanzados de diagnóstico y tratamiento y a las presiones de la sociedad de consumo. Sin poder ser exhaustivos en este tema solo mencionamos que hay una relación directa entre el consumo de energía per cápita y la longevidad.
Considerando que lejos de disminuir, el crecimiento del consumo de energía seguirá en aumento por el hecho mencionado anteriormente, debemos preguntarnos si existe otro modo de escapar al destino de destrucción del planeta si seguimos en el camino actual: generando más y más CO2 que aumente el efecto invernadero.
Más allá de la necesaria toma de conciencia planetaria de los líderes de las naciones que parecen resistir en favor de mezquinos intereses sectoriales (guerras, geopolítica, sistemas monetarios), y de otros muy importantes como el subdesarrollo, la emigración, la pobreza, el hambre, la sed, etc., no nos queda más que apelar a la conciencia individual proyectada a la sociedad que nos hospeda, para generar un ahorro de energía que compense la necesidad de su crecimiento. El ahorro en los consumos domésticos individuales, tales como la movilidad personal y el despilfarro que comporta el acondicionamiento de la temperatura interna domiciliaria, durante las dos estaciones extremas ─ principalmente en las regiones más lejanas al ecuador ─ constituye una nueva fuente alternativa de energía. Una vez más, la aplicación de las medidas necesarias para poder gozar de este ahorro significará un cambio profundo de los mercados inmobiliario y del autotransporte, hoy existentes. No se puede tampoco excluir una revisión del concepto actual de propiedad privada e individual. Si los costes de gestión de la salud del clima llegaran a ser prohibitivos, tendrá que ser la sociedad que los afrente so pena de hacer colapsar una proporción importante de sus componentes.
Y que decir de las masas, inermes y a menudo desarraigadas de tal problemática. Por el momento a ellas viene concedido solamente el derecho al pataleo, pero estamos convencidos que no faltará quién, desde el seno de la misma sociedad, sabrá presentar el problema y sus riesgos relativos con el énfasis necesario, exigiendo una inmediata y perentoria solución. Lejos de las mitológicas casandras, no nos detendremos a vaticinar movimientos ni masivas corrientes de opinión más o menos violentas, dejando su eventual gestión en manos de las fuerzas políticas responsables. La solución llegará, si llega, cuando cada uno de nosotros entienda que su propia contribución es tan importante hasta llegar a ser determinante. El triunfo depende del ímpetu que proviene del ser consciente de constituir la base de cualquier evolución. Todo proviene de la potencia social del YO y en este caso del NOSOTROS. Es decir, del estado de conciencia que se alcance a nivel individual y su difusión en la sociedad de la que cada uno participa.
Paralelamente a la búsqueda de valiosas soluciones para este problema, una parte de nuestra sociedad se moviliza hacia la creación de plataformas extra planetarias (en órbita o ubicadas en nuestro satélite natural), adonde alojar alguna muestra de nuestra especie con la intención de evitar su extinción. ¿Quiénes serán los elegidos para habitarlas? ¿Aquellos que lucharan por una solución real en el planeta, o ciertos representantes de alguna casta, inconscientes de estar transmitiendo a los postreros supervivientes sus propias taras?
De todos modos, si despareciéramos completamente, después de un tiempo más o menos largo la Tierra se lamería sus heridas y una vez restaurado el clima con la ayuda de los vegetales y de ciertas formas de vida animal (que probablemente mutarían sin desaparecer), se retomaría la cadena biológica que terminaría por manifestarse con la llegada de nuevas especies animales y por qué no, una vez más del ser humano.
Es muy probable que contrariamente a lo que nos sucedió a nosotros, los recién llegados después de nuestra extinción ─ una vez alcanzada la edad de la sabiduría ─ descubran rastros de nuestro pasado tecnológico. Ello aceleraría su desarrollo llevándolos a evitar los errores en los cuales caímos nosotros o a caer una vez más en los mismos. (Ver el plot del film El Planeta de los Monos).
Para finalizar es importante mencionar lo que un creyente, un buscador de la unión mística con lo divino universal y un agnóstico dirían ante este dilema.
“Oración de un creyente: Que el Creador asista a los recién llegados si antes no encuentra el tiempo de asistirnos a nosotros, iluminándonos y ayudándonos a resolver nuestro dilema. Al fin y al cabo, el planeta es una de sus criaturas y como tal lo llamamos Padre.”
“Los seres humanos, con una visión trascendente de la vida, que aspiran a ser asistidos por la energía universal creadora, apelan a que su fuerza armonice la presencia de la nueva civilización con el planeta si no lo logró con la nuestra.”
“Un ateo nos dice que la ignorancia y la estupidez humana nos llevará a la destrucción, sin escalas, y al aferrarnos al individualismo absoluto terminaremos siendo el combustible del fracaso de nuestra civilización”
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*Armando Pio Broggi – Ingeniero Químico, FIQ – UNL – Argentina 1963 - Investigador Senior del Centro Común de Investigación – Euratom – UE, de Ispra, Italia. Fue responsable del programa CHRIS (Chemical Hydrogen Research Improved Systems), inherente a la producción de hidrógeno por vía termoquímica, mediante el empleo de la energía nuclear. A su retiro se dedica a la investigación sobre el origen de la vida y las antiguas civilizaciones, publicando numerosos libros sobre dichos temas y sus viajes, proponiendo diversas teorías concernientes la arqueología y la antropología.
**Roberto Omar Cirimello – Ingeniero Químico – FIQ - UNL – Argentina 1965 – Investigador Emérito – Comisión Nacional de Energía Atómica - Argentina – Especialistas en Ciclo de Combustible Nuclear – Experto del OIEA en varios países en Tecnología de Combustibles Nucleares. Miembro y Chairman del Grupo Asesor Permanente del Director del OIEA (SAGNE) 2004-2010. Desde 2020 se dedicó a la literatura y ha publicado ya cinco libros.